Las pantallas y sus Reglas de Juego" l  
 

En el juego de Damas hay un tablero con casilleros que condicionan –en parte- los movimientos que cada jugador puede hacer con sus fichas. Es el territorio del juego, un territorio que tiene una trama de calles trazadas con cuadrados de dos colores. El tránsito, los movimientos, que allí pueden hacer las fichas de cada color son solo uno de los aspectos regulados por las reglas de este juego. Así, además de cómo es válido que se deslice el dedo del jugador para avanzar o retroceder sus piezas en el tablero, entre otras cuestiones, también se determina cómo y cuándo se eliminan o “comen” las fichas del oponente, las consecuencias de las distintas acciones y, finalmente, cómo y cuándo alguno de los contrincantes puede considerarse ganador.

También existen reglas que orientan o, incluso, condicionan qué se puede o no hacer con nuestras netbooks, tablets, computadoras de escritorio o celulares. Según venimos refiriendo en las publicaciones previas de esta serie, estas reglas también orientan cómo deslizamos nuestros dedos a través de la superficie de las pantallas,  o sea, cómo hacemos lo que hacemos con estos dispositivos.

Es decir, como en el caso de las Damas,  las pantallas también tienen reglas de juego. Hay algunas muy evidentes, por ejemplo, las que determinan que debemos ingresar claves o datos personales para ver alguna información o utilizar algún servicio; la restricción del máximo de 140 caracteres para escribir mensajes en Twitter; las opciones bien definidas y limitadas que Facebook ofrece para opinar sobre las publicaciones de otras personas.

También existen otras reglas que son mucho menos evidentes, pero antes de llegar  a esta cuestión –o como un modo de llegar a ella-, tomémonos un tiempo para pensar en un caso particular: hay algunas reglas que son muy evidentes, pero no lo son tanto…

¿¿¿Cómo???

Sí, tal cual: las incluidas en los “términos y condiciones” que aparecen cada vez que “nos llega” la invitación a actualizar un programa que ya tenemos en nuestro dispositivo, o queremos instalar uno nuevo.
Para que vayamos pensando juntos, van dos preguntas:
La primera: ¿recordás qué apariencia tiene la pantalla de esos “términos y condiciones” que tenés que aceptar para usar los servicios que ya utilizás o querrías utilizar? 
Ahora, la otra: ¿recordás cómo declarás que aceptás esos términos y condiciones, esas reglas de juego?
Y una más, y no por ser la última es menos importante: ¿alguna vez leíste esas reglas de juego?

Veamos: estos Términos y Condiciones vienen en fondo blanco y letra chiquitita en negra, no aparecen ocupando toda la superficie de la pantalla (con lo que la letra se nos presenta aun más chiquita…) y ofrecen ”Aceptar todo” con un solo click.
O sea, las mismas personas que tienen toda la capacidad para diseñar pantallas interactivas, en colores, con animaciones, gráficos, filmaciones y con impresionantes efectos tecnológicos de todo tipo, a la hora de ofrecerte la información relativa a los derechos que cedés, o sea,  a sus derechos, lo hacen con una estética paupérrima (si quiere una mirada más indulgente, digamos que es una estética que refiere –como en ningún otro caso de ese programa- al papel impreso), una que no precisamente nos invita a leerla, etc. Y, por si esto fuera poco, nos ofrecen una salida rápida, un atajo para evitar tan engorrosa lectura: aceptar todo lo que allí está expuesto con un solo click.
Entonces, no resulta tan extraño que no hayas, que no hayamos, leído la mayoría de esos “términos y condiciones”.  No es otra cosa que el efecto buscado por los dueños de las empresas que producen los programas que utilizamos…
¿Empresas? ¿dueños?
Sí, los mismos que financian los desarrollos y su actualizaciones  para ofrecérnoslas gratis…

¿Gratis? ¿Por qué lo harían?
No lo hacen.
No pagamos en dinero (aun), pero sí, por ejemplo, con nuestros datos personales o cediendo la posibilidad que utilicen la información que surge del uso que le damos a sus productos. 
Evidentemente, esos datos son valiosos para alguien que en algún momento los transforma en dinero, generando grandes ganancias, el pago de sueldos y el financiamiento de nuevos desarrollos.

Estas también son reglas de juego que vienen con las pantallas, las veamos o no.

Igualmente,  el efecto “letra chica” no es nuevo. Lo encontramos también en las pólizas de seguro, en muchos otros contratos, en las propagandas de la radio (cuando notamos que el locutor acelera la velocidad de lo que lee hasta que se hace “casi casi” inentendible),  en la tele o en los diarios, cuando aparece letra “muy” chica al final del aviso o nos mandan a leerla en algún sitio web (en donde, nuevamente, nos topamos con el formato blanco y negro). Sin embargo, dada la creciente porción de nuestras vidas que pasa a través de estas pantallas, las reglas de juego que allí aparecen en “letra chica” adquieren mucha relevancia.

Más allá de las estrategias engañosas de estas empresas para presentar sus condiciones de uso (las presentan, nadie lo puede negar, pero de un modo bien diferente –pobre, oscuro, etc.- al que elijen cuando comunican cualquier otra cuestión relativa a su negocio), ¿por qué no las leemos, no nos importan o las pasamos naturalmente por alto dando el click  en el recuadrito ubicado convenientemente?

Por un una parte, porque se nos ofrece mucho a cambio. Por ejemplo, la posibilidad de comunicarnos a lo largo del mundo o acceder a inmensas cantidades de información, del modo más sencillo, rápido y económico que alguna vez haya existido en la historia de la humanidad.
Por otro lado, por la aparente gratuidad de todos estos servicios, en tanto no se paga dinero a cambio.
Luego, “todos lo hacen”. Además, cada vez es más fácil aprender a usarlos. Y esta facilidad se realimenta con la gran cantidad de personas usarías de estos servicios, que justifican los desarrollos que van eliminando las barreras que hace no tantos años restringían la difusión de estas tecnologías. En el mismo sentido, este “todos lo hacen” es una especie un consenso social de que “así se hace” y que “hacerlo de esa manera”, abre la posibilidad de utilizar gratuitamente servicios que se han convertido en valiosos para la vida cotidiana. También podría mencionarse la asociación, digamos naive, de que tecnología, innovación y progreso, van de la mano. Y que las innovaciones son “buenas” y que no habría mucho que pensar al respecto.

Entonces, la mayoría de nosotros sigue las reglas previstas por estas empresas: juega al “juego” establecido, aprendiendo sus reglas y aceptando que es la manera de hacerlo y/o que “esas” son las condiciones necesarias para participar o usar determinado producto o servicio. En este sentido, pensemos: ¿cuántos estarían dispuestos a pagar lo que costaría usar esos productos, si las empresas dueñas de los servicios que utilizamos todos los días, no pudieran imponer estas condiciones, esas que les permiten, por ejemplo, transformar nuestros datos en dinero..

Mientras tanto, ya estamos acostumbrados a esta solo aparente gratuidad, al modelo de negocio que tienen muchas de las grandes empresas de Internet.

Sin embargo, hay otras opciones.
Hay otras alternativas.
Incluso, como veremos en las siguientes publicaciones, existe la posibilidad de establecer otras reglas de juego.

Más allá de la relevancia que tienen estas cuestiones en la vida cotidiana de cada uno de nosotros, sería importante que la escuela, que tiene a la formación de ciudadanos entre sus misiones fundacionales, ocupe en un lugar también en estos nuevos territorios de discusión y participación.
Claro que para hacerlo habría que brindar información y herramientas en la formación y capacitación docente.

     
 

 

 
 
 
 
 

Analizar estas estrategias aplicadas a la comunicación de los Términos y Condiciones,  nos permite vislumbrar cómo a partir del diseño, las pantallas también pueden pensarse como una especie de tablero (sí, como el de las Damas, por ejemplo), que influye, condiciona, qué y cómo se hace lo que se hace o, si se quiere, qué movimientos se realizarán en ese “tablero”. Del mismo modo, también podemos pensar que la información expuesta y cómo se nos presenta, que las opciones que nos ofrecen las pantallas en cada momento (para clickear, deslizar, hablar, teclear, etc.), son o incluyen reglas que organizan, al menos en parte, lo que hacemos con estos dispositivos.

A propósito, algunos otros ejemplos, pueden encontrarse en la tercera publicación de esta serie, en la que justamente analizamos la publicidad que no vemos, a partir de cómo se le presentan, por ejemplo a nuestros hijos, la información, los juegos, los videos, etc.

Continuaremos, entonces, en la próxima nota. Mientras tanto, aquí van algunos enlaces para explorar, pensar y usar:

Letra chica en Internet: un programa lee los términos y condiciones
http://www.rosario3.com/noticias/Una-web-que-lee-por-vos-los-terminos-de-servicio-20141224-0052.html

https://tosdr.org/

Página del Ministerio de Justica: jus.gob.ar
(Buscando en Google -escribiendo en el recuadro de búsqueda-realizar denuncias sobre datos personales en Internet)
http://www.jus.gob.ar/datos-personales/ejerce-tus-derechos/preguntas-frecuentes.aspx

Página convos enlaweb.gob.ar http://www.convosenlaweb.gob.ar/docentes.aspx
http://www.convosenlaweb.gob.ar/adolescentes.aspx
http://www.convosenlaweb.gob.ar/docentes.aspx

http://www.convosenlaweb.gob.ar/ninos/consejos.aspx
http://www.convosenlaweb.gob.ar/estamos-con-vos/sos-en-la-web.aspx
http://www.convosenlaweb.gob.ar/media/775299/manual.pdf